miércoles, 12 de noviembre de 2014

MULTICULTURALIDAD EN MÉXICO Iridian Hernández Cansino


Multicuturalidad es hablar de un tema demasiado extenso, así que obteniendo una síntesis de diferentes fuentes, se trata de explicar los diversos términos que esta implica
Al hablar de multiculturalismo se ha convertido en una moda de obligada alusión en los medios de comunicación y los prólogos de toda publicación que se las pretenda de actual. Aquí revisaremos precisamente este uso corriente y que establecería una equivalencia entre la tolerancia, uno de los valores constituyentes de la democracia liberal en lo que a los individuos se refiere, y el multiculturalismo como espacio de libertad y convivencia entre distintos grupos culturales: Cuando hablamos de tolerancia tomamos como referente al ciudadano, mientras que cuando aludimos al multiculturalismo presuponemos la existencia de comunidades como "personas morales" y, por tanto, susceptibles de derechos y obligaciones colectivas. 


En ambos casos subyace una concepción diferente de lo público: en la primera, como espacio que posibilita la individuación sin que ello vaya en detrimento del interés general, de la sociedad en una concepción puramente durkheimiana. En la segunda -la del segregacionismo cultural-, estamos asistiendo a un sistema de cuotas, o democracia "representativa", en que existen unidades corporativas que prescriben identidad al margen de la "voluntad" individual de sus representados, situación que ni tan siquiera viene problematizada. Reflexionaremos, por tanto, en torno a cómo se construyen -el contexto estructural y actores que intervienen en su definición- esas comunidades. Otra paradoja, de hecho la sospecha que me ha llevado a reflexionar sobre el tema, es que bajo eso que llamamos globalización y que a priori debería desdibujar las fronteras culturales surge un interés por parte de los mecanismos institucionales hegemónicos para mantenerlas. A la homogeneización del capitalismo, en tanto productor de consumidores, en el orden económico, se le contrapone en lo político (público) y la teoría del conocimiento (de lo social) la exaltación del derecho a la diferencia cultural. Slavoj Zizek ilustra muy bien en este párrafo el peligro o sesgo que corremos al centrarnos sólo en uno de estos dos componentes de la relación capitalismo/diversidad cultural: 


"La conclusión que se desprende de lo expuesto es que la problemática del multiculturalismo que se impone hoy -la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos- es el modo en que se manifiesta la problemática opuesta: la presencia masiva del capitalismo como sistema mundial universal. Dicha problemática multiculturalista da testimonio de la homogeneización sin precedentes del mundo contemporáneo. Es como si, dado que el horizonte de la imaginación social ya no nos permite considerar la idea de una eventual caída del capitalismo, la energía crítica hubiera encontrado una válvula de escape en la pelea por diferencias culturales que dejan intacta la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial. Entonces, nuestras batallas electrónicas giran sobre los derechos a las minorías étnicas, los gays y las lesbianas, los diferentes estilos de vida y otras cuestiones de ese tipo, mientras el capitalismo continúa su marcha triunfal" (Slavoj Zizek 1998: 176).

Este razonamiento puede ser mantenido tanto a nivel macro, ejemplificado en lo que algunos han clasificado como relación local-global (Harnnerz 1998: 33) y que ha devenido punto de mira de una parte significativa de la intelectualidad, y a nivel micro al dirigir nuestra atención hacía las crecientes oleadas de inmigrantes que invaden los países del llamado primer mundo. Yo voy a centrarme en esta última relación -la que acostumbra a establecerse entre multiculturalismo e inmigración-, tratando de hacer explícitos los axiomas en los que se basa. 


Llamamos inmigrantes a quienes por razones estructurales -sean éstas económicas, políticas, psicológicas, bélicas, etc.- se ven empujados a salir de sus zonas de origen en busca de mayores oportunidades para mejorar su calidad de vida. Hoy en día también podríamos hablar de inmigrantes estéticos para nombrar a quienes vienen a los grandes centros urbanos seducidos por el "estilo de vida" que conlleva lo urbano; desde la atracción que les sugieren las posibilidades de consumo y la heterotopía propia de las grandes urbes al espíritu cosmopolita y variabilidad que ofrece la ciudad como escenario que favorece la "individuación". Ambas dimensiones toman sentido en un mundo globalizado y al que los científicos sociales -y especialmente los antropólogos como guardianes de la pureza del "otro"- pretenden imponerle límites convirtiéndose en defensores de la diversidad cultural. Ahora bien, venir a Occidente persiguiendo un sueño -sueño capitalista no lo olvidemos- hace partícipes a esos "otros", en cierta manera, de muchas de las dimensiones del contexto en el que nosotros también tratamos de insertarle sentido a nuestra vida. Pero, una vez aquí, los discursos que se producen sobre la alteridad únicamente focalizan lo que nos diferencia, lo que les aleja de nosotros, más que las condiciones de posibilidad -capitalistas, y no me cansaré de reiterarlo- que les han traído aquí. 


Estos discursos se construyen considerando al inmigrante de fuera por definición, y su diferencia se define a partir de su contraposición frente a quienes son del lugar y representan su "normalidad" cultural. Al aplicar esta distinción a nivel colectivo fijamos una trampa: presuponemos que existen fronteras entre nosotros y ellos y, aún más, que es posible mantenerlas a pesar de las interacciones en un marco -que hemos idealizado como heterogéneo y abierto- que propone la inorganicidad y recombinación constante de sus posibilidades para vivirlo. El uso más frecuente del término multiculturalismo y la aplicación de políticas que se nos aparecen como cómplices de la defensa de la diversidad cultural van en contra de estas sugerencias cosmopolitas, dibujando, antes de que el juego tenga lugar, los límites dentro de los que el "diferente" podrá moverse. El científico social puede contribuir a legitimar las reglas de este juego, dictadas para preservar las diferencias entre los dos "grupos", al no denunciar las desigualdades estructurales que convierten esas fronteras en los límites de su mundo posible. El derecho a su diferencia como "colectivo" subsume el derecho a su igualdad como ciudadanos. 


Son muchos los científicos sociales que escriben hojas y hojas sobre un tema en el que no consideran lo que gente más mundana, empresarios que los explotan y fuerzas de seguridad que deportan a estos protagonistas de la diversidad cultural -los inmigrantes- ven con absoluta claridad: son no-ciudadanos, con menos derechos por tanto, con los que se cuenta y a los que se les hecha una mano, pues en su país están peor. Su foraneidad será un estigma y un atributo a la vez. El ser esencialista se impone sobre un tener histórico. Se ocultan las relaciones de explotación que se esconden bajo esta disimulada liminaridad mientras nuestro ego se ratifica en un narcisismo cosmopolita y filantrópico que sitúa en su "propio bien", el de los otros, la crueldad de su explotación. 


El contexto en el que se desarrolla la elaboración de discursos sobre el multiculturalismo creo que viene bien ilustrado en este fragmento que pertenece a uno de las "autoridades" intelectuales sobre el tema, Manuel Castells. Antes, pero, les advierto y sugiero que centren su atención en como intenta conceptualizarse la relación globalización-diversidad: 


"Nuestro mundo es étnica y culturalmente diverso y las ciudades concentran y expresan dicha diversidad. Frente a la homogeneidad afirmada e impuesta por el Estado a lo largo de la historia, la mayoría de las sociedades civiles se han constituido históricamente a partir de una multiplicidad de etnias y culturas que han resistido generalmente las presiones burocráticas hacia la normalización cultural y limpieza étnica. Incluso en sociedades, como la japonesa o la española, étnicamente muy homogéneas, las diferencias culturales regionales (o nacionales, en el caso español), marcan territorialmente tradiciones y formas de vida específicas, que se reflejan en patrones de comportamiento diversos y, a veces, en tensiones interculturales. 


La gestión de dichas tensiones, la construcción de la convivencia en el respeto de la diferencia son algunos de los retos más importantes que han tenido y tienen todas las sociedades. Y la expresión concentrada de esa diversidad cultural, de las tensiones consiguientes y de la riqueza de posibilidades que también encierra la diversidad se da preferentemente en las ciudades, receptáculo y crisol de culturas, que se recombinan en la construcción de un proyecto ciudadano común". 


En los últimos años del siglo XX, la globalización de la economía y la aceleración del proceso de urbanización han incrementado la pluralidad étnica y cultural de las ciudades, a través de procesos de migraciones, nacionales a internacionales, que conducen a la interpenetración de poblaciones y formas de vida dispares en el espacio de las principales áreas metropolitanas del mundo. Lo global se localiza, de formas socialmente segmentada y especialmente segregada, mediante los desplazamientos humanos provocados por la destrucción de viejas formas productivas y la creación de nuevos centros de actividad. La diferenciación territorial de los dos procesos, el de creación y el de destrucción, incrementa el desarrollo desigual entre regiones y entre países, e introduce una diversidad creciente en la estructura social urbana" (Jordi Borja y Manuel Castells, La ciudad multicultural, 1). 

La distinción local-global en muchos casos produce un discurso que en su afán de denunciar las dinámicas generadoras de desigualdades del capitalismo, y la necesidad de salvaguardar la diversidad cultural, no acierta a la hora de "delimitar" las repercusiones de ese capitalismo y contribuye a legitimar, mediante su visión cartográfica, la idea de control- de lo público como político- sobre el capitalismo, cuando en realidad son los mecanismos del mercado los que limitan las acciones desde lo político. Debemos adoptar una perspectiva más integral que nos permita contextualizar la problematización y las premisas a partir de las cuales elaboramos nuestros discursos. Nuestro marco (capitalismo, democracia liberal y una legislación que legitima y sirve de soporte a ambas) es aquel que dicta las condiciones de posibilidad y en última instancia define la diferencia. Así, puede que nuestro interés por la defensa de la diversidad cultural -en su intento desesperado por generar la sensación de orden- sea un mecanismo de poder que marginaliza, a consta de salvaguardar nuestro mundo, a un "otro" idealizado al que se constriñe a ser diferente, obviando la posibilidad de elección, la individuación en definitiva, como otro de los efectos de la globalización. 

sabiaslunaticas.blogspot.com

Frente al estatus adquirido que constituía al individuo libre, en tanto sujeto de derechos y obligaciones que le ponían en pié de igualdad con sus compatriotas, la extensión de la lógica liberal le impone a quienes no son los que homogeneizan (los locales) y a quienes vienen al primer mundo (inmigrantes) una marca (¿estatus adscrito?); ellos llevan otra cultura, convirtiéndoles en héroes de la resistencia contra un mundo que obviamos que ya llevan dentro y que no pueden acabar de digerir pues nosotros les obligamos a conservar una liminaridad que ni les permite disponer de libertad para disfrutar de las ventajas de nuestro mundo (desigualdades estructurales socioeconómicas y legales) ni les es posible eludir un marco en el que están inmersos y en el que su diferencia actúa como un estigma que les recuerda su anomalía: ser diferentes para no poder llegar a ser ellos mismos en sus propios términos. 


En lugar de las tendencias universalistas que hacían de la mistificación de la razón un argumento de legitimación del capitalismo y el colonialismo, resurge ahora un nuevo colonialismo autorreferencial, en donde la desterritorialización de los centros de poder no niega la consolidación de un capitalismo que más que inscribirse en los límites de la relación local/global, vuelve sobre sus focos originarios desligado del control y límites sociales que desde lo político le fijaba el Estado-nación. Lo político, ahora garante de la no intervención neoliberal (de lo económico y no de lo social), pretende mantenerse aquí y ahora con su nueva función de proteccionista cultural. La teoría del conocimiento, así como la nueva concepción neoliberal de lo político, proyecta su nostalgia de un desfasado orden de lo público como colectivo para marginalizar a quienes son también producto de un orden del mundo inscrito en un "capitalismo total". Desfocalizado el capital, invalidado el Estado-Nación como estructura de mediación en una realidad plenamente neoliberal hemos sustituido al universalismo racionalista como legitimación de la dominación sobre "los países pobres" -siempre primitivos y más allá de nuestras fronteras culturales y, entonces, también geográficas- por el relativismo estético- desligado de las condiciones materiales- y la exaltación de la diversidad cultural. Amin Maalouf ilustra con este párrafo esta situación en la que modernización (capitalismo) y diferenciación cultural se mueven en planos paralelos, aunque ¿no es una falacia aislar la particularidad cultural del marco capitalista -este sí universal- que dicta sus condiciones de posibilidad?: 

protocolosgatunos.blogspot.com



"Para los chinos, los africanos, los japoneses, los indios o los americanos, y también para los griegos y los rusos, ... , la modernización siempre ha implicado el abandono de una parte de sí mismos. Incluso cuando ha suscitado entusiasmo, siempre ha ido acompañada de una cierta amargor, de un sentimiento de humillación y renuncia. De una interrogación incisiva sobre los peligros de la asimilación. De una profunda crisis de identidad" (Maalouf 1999: 95).

Esta frontera, en cierta manera, devuelve a sus propios protagonistas el peso del concepto resistencia que hasta hace unos años la izquierda veía en muchas de las manifestaciones culturales de la llamada "cultura popular". Frente a la intención de las clases hegemónicas de imponer una cosmovisión favorable a sus intereses y de la que participasen todos (una concepción hegemónica del mundo), las clases subalternas trazaban límites a estas pretensiones, invirtiendo en ocasiones el orden simbólico establecido y, en otras ocasiones, simplemente manteniendo elementos en sus discursos incompatibles con el ideal hegemónico, siempre con el fin de dotarle de cierto orden a su existencia. La falacia consiste en creer que existe un discurso subalterno al margen del discurso hegemónico, en pretender organicidad en las contradicciones que ilustraban su resistencia. Se había romantizado su autonomía, trazando una línea que proyectaba el optimismo de una izquierda que creía que era posible un cambio del orden social a partir de la vitalidad que representaban esas clases subalternas en su resistencia (Angelini 1977). Al igual que en nuestro caso, era el intelectual quien construía una cultura descontextualizada de la que exaltaba su autonomía, considerando sólo fragmentos de la existencia de quienes únicamente tratan de vivir (usar sobrevivir es una falta de respeto). 


Volviendo al multiculturalismo, y ahí radica mi tesis que espero que ya haya emergido, puede que con nuestra actuación más que contribuir a la convivencia multicultural, al reafirmar nuestra deformación profesional por la preservación de la diferencia, estemos trazando fronteras a partir de las cuáles se les presuponen ciertos rasgos culturales a las "comunidades" que visualizamos que coaccionan el resto de su vida social. La mistificación romántica de su diferencia no sólo contribuye a esta visualización sino que desplaza el centro de atención sobre la reivindicación de su igualdad estructural como ciudadanos -como mínimo legal y con posibilidades de intervenir políticamente de cara a velar por sus intereses- para problematizar y concentrarse únicamente en una dimensión colectiva que actúa como telón de acero para quienes quieren "vivir" gozando de todas las libertades posibles a las que les da acceso el escenario en que viven. 



"La identidad no deja de ser una especie de juego virtual al que nos es imprescindible referirnos para explicar cierto tipo de cosas, pero sin que tenga nunca una existencia real, ... un límite al cual no corresponde en realidad ninguna experiencia."

Lévi-Strauss, La identidad.



FUENTE:
* Habermas, Jürgen /1998/Facticidad y validez./Madrid/Trotta.

* Harris, Marvin /1981/ Introducción a la antropología general/ Madrid/ Alianza.

* Barth, Frederick / 1976/ Los grupos étnicos y sus fronteras/ México/ Fondo de Cultura Económica. 

*Borja, Jordi (y Manuel Castells) /1997/ "La ciudad multicultural", La Factoría, nº. 2.

*Cortina, Adela /1997/"Ciudadanía intercultural: Miseria del etnocentrismo", en Ciudadanos del mundo; hacia una teoría de la ciudadanía/ Madris/Alianza: 177-217.

1 comentario:

  1. Este tema de las culturas se me a hecho muy interesante, y en el momento que mencionaste sobre los chinos y africanos, etc., es importante que todos en conjunto relacionen sus culturas y costumbres para una mejor comunicación y convivencia.

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